La Piedad, Miguel Ángel




Nos encontramos ante una representación de la Piedad, el momento en que María sostiene sobre sí misma el cadáver de su hijo Jesús, recién bajado de la cruz. Sin embargo, a partir de aquí todo se complica por la alta calidad de la talla escultórica, prácticamente a tamaño natural y concebida para ser contemplada desde una perspectiva frontal, lo que explica el menor detalle de la parte posterior..

Podríamos decir que la obra presenta una clara composición piramidal; que muestra una extrema perfección en el modelado; que el escultor ha pulimentado el conjunto hasta dejar las superficies completamente lisas. Un acabado perfecto que contrasta con el non finito que Miguel Ángel adoptará en otras obras posteriores. Tal vez pudiésemos añadir el contraste que observamos en este grupo entre los pliegues de la vestimenta de María y los del santo sudario con la desnudez casi absoluta del cuerpo de Jesús. A partir de ello podríamos indicar como el trabajo de esos pliegues y el interés por la anatomía humana nos remiten al más puro clasicismo. Y podríamos acabar comentando como toda la escultura está realizada sobre un único bloque de mármol blanco de Carrara.

e un lado, una madre tiene entre sus brazos a su hijo que acaba de morir. Sin embargo, el dolor no acompaña a esa madre y tampoco está presente en los rasgos del rostro de ese hijo que ha muerto víctima de crueles tormentos. No quiere Miguel Ángel que ese tipo de sentimientos venga a descomponer el ambiente clasicista de su Piedad. De forma que encontramos en ambos rostros una cierta idealización, muy al gusto de los ambientes renacentistas interesados en las ideas neoplatónicas. En cualquier caso, si en María existe el dolor, hemos de buscarlo en su corazón, que la fría piedra no nos permite ver. En Cristo, Dios a fin de cuentas, el dolor puede excusarse.

Por otro lado, el pecho de María aparece cruzado en diagonal por una cinta en la que puede leerse con facilidad de abajo hacia arriba esta leyenda: "Miguel Ángel Buonarroti florentino, me hizo". No hay más obras de Miguel Ángel que él haya firmado. Cuando lo contrataron para hacer esta escultura nuestro artista tenía poco más de veintitrés años. Algo más de un año después el joven escultor quizás se sentó un momento para contemplar lo que había realizado. Un muchacho aún que eludió toda referencia al dramatismo innecesario. Creo que debió sentirse en extremo orgulloso de lo que sus manos habían sido capaces de esculpir. Sus manos y su cerebro. Por eso debió firmarla.

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